Esencia del San Pedro, más allá de la fiesta
Para comprender las fiestas Sanpedrinas un periodista de EL TIEMPO personificó a San Pedro.
Con túnica y barba blanca recorrió las calles, vibró con el ciudadano del común, se metió en el jolgorio y fue edecán de la señorita Neiva, favorita a quedarse con el título de Reina Nacional del Bambuco.
Dicen en el Huila que este año la suerte de la reina la trajo el propio San Pedro. No se sabe si venido del cielo o de la capital, pero con una larga barba blanca y vestido de túnica, vino a posarse al lado de la, dos veces reina este año, señorita Neiva y fue su edecán.
El abuelo sagrado que por estos días aviva esta fiesta pagana y cobra más importancia para el hombre del común que la gobernadora o el alcalde, lo encarné yo, un periodista deseoso de estar del lado de la fiesta y no atrás de la barrera.
Todos los años, para el Reinado Nacional del Bambuco, dos personajes son protagonistas de estas fiestas que se toman el departamento de norte a sur durante las dos últimas semanas de junio: las reinas y el San Pedro. Las primeras representan ese fervor y orgullo que siente el huilense por sus mujeres hermosas. El segundo, esa conexión sagrada llena de mitos religiosos tan arraigada al hogar opita.
El otro personaje bien querido en esta fecha es el marrano, el cual los opitas consienten y engordan durante todo el año y sacrifican en la madrugada del 24 de junio día de San Juan, en un amanecer acalorado con aguardiente y animado por Rajaleñas donde el chillido del puerco apuñalado dicta el inicio de las fiestas.
Después, se reúne toda la familia a sazonar el animal con especias de todo tipo y cerveza para que 24 horas después dé como resultado una exquisita lechona: el mejor manjar de la temporada.
Día del carnaval
Es día de carnaval y el San Pedro ya se prendió. Bajo un sol inclemente, que ya alcanza 37 grados, desfilan las candidatas escoltadas por comparsas y papayeras en un recorrido que dura tres horas y que se hace a pleno medio día. Son unas 300 personas, entre reinas y artistas, que desfilan por la calle del festival que va entre Surabastos y el Puente del Tizón (al otro extremo de la ciudad): unos 6 kilómetros de infierno pachanguero donde el aguardiente ahogará la sed de los asistentes mientras retumban un san juanero, un vallenato o una ranchera.
Voy en una de las carrozas convencido de ser un San Pedro, que temiendo el fin del mundo que calcularon los mayas para el próximo diciembre, he decidido bajar a la tierra y gozar de este festival bambuquero que desde hace 52 años me rinde tributo.
A mi lado, María Fernanda Parra Villareal , señorita Neiva, favorita por su belleza y destreza a la hora de bailar el San Juanero, pero más por ser la candidata de la ciudad que cumple 400 años.
Enfundado en mi San Pedro de 68 kilos, demasiado light para el apetito de las señoras que desde los andenes me gritan "ese San Pedro está muy flaco... San Pedro saque culo y panza", paso frente a la tarima de la Gobernación y reparto bendiciones a los funcionarios investigados. "¡Muévalo San Pedro, muévalo!", me apresura un hombre que espera la respuesta de mi cuerpo ante los acordes de un clarinete. Para los asistentes a las caravanas, una carroza donde no se exprese alegría o una reina que no mande besos, no merecen estar en la fiesta.
Abajo en el asfalto, los más pobres se apeñuscan en los andenes y beben chicha que traen en ollas y reparten en vasitos plásticos. Los más pudientes pagan los 30 mil pesos que dan cupo en las tarimas donde la comodidad incluye sillas plásticas y una mesa que normalmente está cargada con varias botellas de whisky, aguardiente y cerveza. Allá es el lugar de los senadores y representantes a la cámara de la bancada huilense, también el refugio de alcaldes municipales y sus comitivas, y de los integrantes de la asamblea y ediles.
Para la clase media están las sillas plásticas que alquila la gente por dos mil pesos en cualquier esquina y las promociones de tres cervezas enlatadas más una caja de chicles pequeña por 5 mil pesos. Chorizos y empanadas a dos mil. Tamales y mazorcas a tres mil pesos.
Las grandes bodegas ubicadas en la Avenida Circunvalar que el resto del año son ocupadas por tabernas, bailaderos de mala muerte o bodegas de abarrotes, para esta temporada se convierten en gigantes contenedores donde se guarda todo el licor que se vende en cualquier esquina sin ningún control de la alcaldía. En los primeros seis meses de este año, la Policía se incautó más de 5 mil botellas de licor adulterado que iba a ser vendido en estas fiestas.
Mientras escucho las ovaciones a la reina local, pienso que si la cerveza y el aguardiente pagaran regalías, en estos 15 días de jolgorio, Neiva acumularía más recursos que el dinero que hoy deja el exiguo petróleo.
Ahora veo a miles de personas de todos los estratos enfiestadas en las aceras, trepados en los techos de las casas o en los árboles para ver pasar este desfile variopinta que llena de éxtasis a opitas y turistas.
La imagen triste de la jornada me la deja un grupo de niños, que no superan los 15 años, bebiendo aguardiente, mientras que otros más pequeños, venidos de las barriadas más pobres, recogen en bolsas negras latas vacías de cerveza que luego venden como reciclaje.
Una mujer cincuentona, tía de la reina que acompaño, añora el desfile de años pasados. "Las comparsas salían del colegio Santa Librada, pasaban por la avenida la Toma y llegaban hasta la alcaldía. Era un recorrido que todo el mundo podía disfrutar, pero desde hace tres años cambiaron la ruta a la que ya los viejos no vamos", refunfuña.
El desfile ahora pasa frente al imponente monumento a la Gaitana en el malecón. Las aguas del Magdalena que viajan en el mismo sentido que la muchedumbre son cómplices de los fiesteros, y los árboles gigantes que caracterizan a esta avenida nos protegen del sol inclemente.
En los barrios, los vecinos que no gustan del tumulto de esta comparsa, arman sus propios carnavales locales. Entonces cada familia tiene su reina y arma su mejor carroza en el carro del papá. La inscripción de cada reina pude valer entre 50 y 100 mil pesos (depende del estrato del barrio). El ganador se lleva una lechona y una canasta de cerveza.
Lejos de mí jolgorio, hay otra fiesta: es en el Centro de Convenciones donde se realiza el Festival de Danzas Folclóricas Internacionales. Allí se dan cita los 'intelectuales de la región'; huilenses que prefieren la comodidad de un concierto de música instrumental mientras una pareja venida de la Argentina baila tango o una compañía brasileña enciende los ánimos al ritmo de una soca.
EL San Pedro es una fiesta cada vez más democrática que ofrece espacios para todos los gustos.
Ya llegue al final de la caravana. La hermosa y jovial reina con la que hace tres horas comencé el recorrido, ahora es una joven sudorosa, cansada y sin voz, una niña de 19 años que busca el abrazo de sus padres.
Ahora entiendo, la verdadera esencia del San Pedro es la familia... es volver al terruño.
eltiempo.com